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Átopos, lo no transitado // Rafael Blasco Ciscar

Átopos, lo no transitado.

Rafael Blasco Ciscar

EXPOSICIÓN // 29 MAYO – 1 SEPTIEMBRE

La obra que encontramos en esta exposición, nace de un cúmulo de experiencias, entre ellas la de frecuentar espacios abandonados. Lugares donde se respira cierta paz extraña, congelada en el tiempo, que hace que uno se sienta “fuera de lugar”.

Las ruinas antiguas o modernas son el lugar perfecto para la contemplación y la reflexión, refugio donde experimentar el desarraigo y la atemporalidad. Nos confrontan con la decadencia, con la vida y la muerte, el paso del tiempo, con ese “tiempo puro” del que hablaba Marc Augé o ese sentimiento de “extrañeza por el hecho de estar mas próximas en el tiempo” al cual se refería María Zambrano cuando reflexionaba sobre las ruinas modernas.

Las ruinas también nos carean con el desastre, esa noche oscura, sin astros, producida por alguna catástrofe o conflicto bélico. Sin otra razón de ser que la de ya no ser, quien las busca, o las encuentra tan solo puede paladear la sobriedad de la nada. Terrenos baldíos, ruinas modernas, construcciones inacabadas, espacios residuales; todos ellos invitan a la reflexión sobre el concepto de estar “fuera de lugar”.

Deambular por el vertedero es salirse del flujo de producción, de consumo y de transacción monetaria. En dichos lugares prima la casualidad frente a la causalidad, nunca sabes lo que te puedes encontrar, nada te viene dado y organizado, todo lo contrario, predomina el caos y el efecto sorpresa. Uno se encuentra rodeado de fragmentos dotados del poder de la emancipación tras haberse deshecho de la unidad impuesta. Esto propulsa la imaginación y puede generar imágenes que, de estar el puzzle completo, no se darían. En ellos recojo parte de los materiales que luego introduzco en mi práctica escultórica.

Atravesar el vertedero es como caminar por encima de una gran urticaria aparecida en el paisaje, lo cual nos remite a la palabra “Atopía”,  que viene del griego a+topos, “sin lugar”, “desubicado”. En medicina, se emplea para referirse al tipo de mecanismo inmunitario que presentan las enfermedades por atopía, las que constituyen un tipo de trastornos alérgicos mediados por el efecto de anticuerpos IgE sobre las células.

Estas dos derivas, por paisajes del abandono y vertederos, conllevan a la reflexión sobre la simbiosis arquitectura/naturaleza, orgánico/industrial, orgánico/arquitectónico…

El átopos es aquello que, como escribe Byung-Chul Han en “la agonía del Eros”, se sustrae a la actual cultura del constante igualar, representa la negatividad del otro, la cual “conduce y seduce el pensamiento a través de lo no transitado, de lo otro atópico.”

Quien transite por esta exposición se encontrará con formas muy diversas que nos devuelven una mirada, para nada pasiva sino, más bien, una especie de chillido seco. Se toparán con una versión siniestra de la adaptación al “Chthuluceno” propuesta por Donna Haraway, con objetos mas propios de “la zona”, aquel páramo inventado por los hermanos Strugatski, al cual acudían los Stalker en busca de los restos de un picnic extraterrestre, formas orgánicas que recuerdan a las generadas por Saul Tenser en la última producción de Cronnenberg, o con figuras “metamorphas” como las que atribuye Stanisław Lem al océano del planeta Solaris.

Obviamente, hay algo de alienígena en las formas escultóricas de la exposición tanto desde el significado etimológico de la palabra (del latín “el/lo otro, extraño, ajeno”); como desde el uso más reciente de dicha palabra, algo que no es de nuestro planeta.

Se genera así una disyuntiva entre lo que estimula nuestra curiosidad y deseamos poder nombrar y lo que realmente es. Al sustraerse al lenguaje y escapar a cualquier definición, nos vemos frente a un átopos, algo carente de lugar.