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El día de la marmota – Exposición

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“El día de la marmota”, proyecto que se define como un cosmos escultórico y perfomativo que toma la premisa del filme de Bill Murray para ensalzar la belleza de lo caduco y derruido. Los artistas Carlos Mate, Elena Urucatu y Manuel Toro, artífices de este ambicioso plan, querían dar un paso más allá al mostrar como un pequeño conjunto social era consciente de su rutina recurrente, anhelando en el proceso el romper con el eterno devenir sufrido. Para ello, y valiéndose de un metódico trabajo que incluye prácticamente todas las disciplinas artísticas conocidas (desde la forja pasando por la experimentación manual), elaboran un discurso locuaz y hermoso entre el arte y el diseño, cimentado en una autoconciencia colectiva de valores individuales, inquietudes y experiencias que los unen. Con una destacable autoproducción llevada a cabo en el Centro, hacen gala de un equilibrio cualitativo entre lo puramente técnico con lo artesano, en el que los contornos asimétricos e incompletos revelan una amplitud estética inusitada con un alto grado emocional.

Se trata de un complejo experimento, de una jornada cíclica, fruto de una mirada voyaresca a la mente de un sujeto ausente cuyo tema central es el ensalzamiento de la ruina y la decadencia.

Ejecutada a través de la interacción de siete actores, somos testigos de como su transformación responde a las diversas naturalezas que pueden alojarse en el espíritu de cada ser humano. Enfrentados a una continua mecanización acciones, lentamente se les permitirá alterar la situación, metabolizándola en el proceso y adquiriendo nuevos significados, aunque siempre con una mirada enfocada a un final abierto. La pérdida del control sobre lo que se está llevando a cabo, así como la metamorfosis que emana, son las principales directrices por las que deben regirse este grupo. Siempre disponible al público, las obras que se exponen ante él sufrirán el poder del tiempo y el cambio, permitiendo un arco evolutivo que a la larga cambiará completamente su significado. Las diversas actividades (así como el antes y el después de su ejecución) permitirán establecer una perspectiva completa del asunto. Para ello, y valiéndose de materiales caducos tales como la cera, el chocolate o el hielo, se pretende coquetear y burlar los sentidos y percepciones de los visitantes. Aunque esto no quiera decir que la performance que se ejecuta sea ficticia. En todo momento, la acción llevada a cabo, a sí como sus repercusiones, son reales e in situ. Se trata, en definitiva, de trazar una reflexión sobre el hecho expositivo, de como se establece una subyugación emocional o racional ante lo expuesto.

Aquí el espacio representado adopta las formas de un complejo onírico, en un estado de transición con la cruda realidad mediante un diálogo no verbal. Incoherente y caótico a primera vista, alterna tanto la labor performativa como el uso de la video-instalación. Esta sobrecarga sensorial responde al hecho de aturdir al espectador en el sentido de poder sustraer su lado más personal, alcanzando en el proceso cierto sentimiento espiritual. Los creadores, conscientes de ello, juegan con la idea de la exposición como una visión alegórica y fantasmal de un templo, que adopta múltiples miradas que responden a las inquietudes de cada individuo presente. Es interesante recalcar que para alcanzar este objetivo, la exposición en sí busca una simbiosis desesperada con el propio espacio de la Neomudéjar, conformando un todo de forma paralela y simultánea. También aparecen diseminadas por el espacio reproducciones de obras u objetos que han servido como referencia a los artistas a la hora de acometer el proyecto. Obras a escala de Boeti, Rober Indiana y Duchamp entre otros ejercen el papel de mediadoras entre los mundos personales y el general, sin responder en el proceso al sacrilegio de caer en la etiqueta del plagio. Más bien se estaría hablando de un cierto homenaje, unida bajo el prisma del elogio a lo decadente. Mediante su deformación y destrucción, hablan al público del sentido crítico e irónico ante un canon artístico actual obsoleto.

Con una duración aproximada de unas tres semanas, las cuales serán testigo del continuo cambio del proceso, se irá tomando nota mediante filmaciones de los actos ocurridos para un futuro análisis de las reacciones de ambas partes, la exponente y la expuesta. Como colofón final, se editará toda como una pieza cinematográfica que alternará tanto la vertiente documental como la estética para que todos aquellos visitantes que no pudieron en su momento asistir sean testigos de lo ocurrido. La exposición se prolongará como alegato de los artistas a lo que ellos denominan, y parafraseando al Frankestein de Mary Shelley, como “El monstruo que sobrevive a su creador y se va…”

Jaime Martín-Monzú Vázquez.