Hace mucho tiempo decidí no prestar libros, creo que fue a raiz de un préstamo que realicé, no recuerdo a quién, sobre los “fauves”, que definitivamente perdí. mi predilección pictórica por el paisaje nació gracias al último Monet y a estos incendiarios “fauves”; a los que se añadieron los expresionistas centroeuropeos. en todo momento, atravesando toda mi obra, el paisaje es una constante que permanece como el álito vital que sostiene mi más recóndita intimidad.
En las disputas entre Derain y Vlamink opté por este último. me refiero al hecho de trabajar “a plan air”. no hay, para mi entender, experiencia más gratificante que, cargado con veinte kilos de pigmentos, colas, pinceles…, ir buscando una rivera, una fronda, una perspectiva, que me indique el lugar idóneo para instalarme.
El paisaje no permite errores, es instantáneo, requiere concentración , rapidez de ejecución, y depuración técnica. te exige el todo por el todo. hay que estar dispuesto al fracaso porque no hay posibilidad de corrección en el estudio.
Es una de las experiencias más plenas que un artista puede experimentar. es por ello, como indiqué anteriomente, que su práctica no me ha inspirado el cansancio intelectual que conlleva necesariamente las series pensadas y realizadas en el estudio. estas se agotan intelectual y plásticamente porque no poseen la necesidad de atrapar las experiencias visuales, ni los sentimientos que la naturaleza me producen.
Pintar el paisaje requiere competir con la naturaleza, ¡tan engañosa en su apariencia!, es necesario un dominio del color y la composición que obliga a improvisar tonalidades, transpariencias, masas de color, armonías y trazos, que finalmente hagan destacar el lienzo en medio de una rivera, un bosque o un páramo.
En cierto modo como dice Joan Mitchell de si misma “estoy bastante chapada a la antigua, pero no soy reaccionaria, mis pinturas no tratan de cuestiones artísticas. tratan de un sentimiento que me viene dado del exterior, del paisaje”, puedo aplicar a mi obra dedicada al paisaje esa misma categoría de “fuera de lugar” del discurso sobre el arte y su devenir. ya los impresionistas, y sus descendientes escuelas pictóricas hubieron de defender sus praxis frente a una sociedad burguesa balbuceante, una sociedad que aún buscaba su imagen cultural identitaria. hoy sabemos que la esencia de esta sociedad es el consumo, la velocidad, la competitividad y el agotamiento incesante de cuanto descubre o construye, en una búsqueda incesante hacia la banalidad. Joan lo ratifica “mi padre me inculcó una mentalidad muy competitiva. le gustaba verme ganar cosas: medalla de salto de trampolín, patinaje sobre hielo, cosas así…yo pensaba que él sólo me veía como una lista de medallas… por eso creía que la pintura, que no implicaba ningún tipo de competición, me liberaría del él para siempre”. en realidad estaba confundida, y solo cuando se tralada a París, lejos de la vorágine neoyorkina pudo concentrarse en su obra. tuve la oportunidad de conocerla en París, gracias a su galerista Jean Fournier.
Mas tarde, con ocasión de realizar una exposición en el centro cultural de la villa de Madrid, del que a la sazón era encargado de exposiciones, volvimos a vernos en esta capital. de las conversaciones que tuvimos me impresionó su caval integridad, que era reflejo de la integridad de su obra, así como de la paz recobrada, fruto de la intemporalidad de su concepción pictórica, alejada del mundo competitivo de las tendencias artísticas.
Aunque mis inquietudes intelectuales me han obligado a utilizar distintos estilos y medios de expresión artística, mis encuentros con Joan confirmaron mi fidelidad permanente al paisaje. nunca se lo agradeceré suficientemente.
Rafael Peñalver