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LISI PRADA: LA MUJER QUE OBSERVA, ESCUCHA Y VUELA
Una línea roja separa los límites entre la superficie y la profundidad, y se advierte sobre la necesidad de saber contener la respiración. Hay peligro de ahogarse durante el deleite visual, en esas mareas del inconsciente que emergen de las producciones de Lisi Prada (Villalibre de la Jurisdicción, León, 1956). Es fácil caer en la tentación, cuando el vértigo del movimiento adormece la retina en zonas de abismos y seducciones. Y en el goce del placer de los sentidos, el observador cede ante una imagen cambiante, efímera, incontrolable, que distorsiona el reflejo de la realidad hasta llegar a su naturaleza interior.
En esa búsqueda constante de la artista, es el agua un elemento recurrente que en su simbología personal, le permite transitar de lo sensorial a una postura comprometida y lúcida. De ahí, que tanto en las piezas que integran Archivo líquido, en alusión a Nam June Paik (Seúl, 1932 – Florida, 2006), como en Water Mirror, nos sumergimos en aguas sin nombres, compiladas en cincuenta ciudades de veintidós países, y reconvertidas en territorios apolíticos que trazan un nuevo mapa, ajeno a religiones, conflictos y fronteras. Mientras, en ELECTRroniC WATER, con música de Hatori Yumi, se genera un espacio distópico de efectos de luces y una acústica de bruscos matices. Las vibraciones en ráfagas y la suspensión del sonido luego de un pitido irritante, introducen a una ruptura que aturde al espectador, hasta sensibilizarlo sobre la fragilidad de este recurso vital.
Sedienta de instantes que la lleven a nuevas experiencias estéticas, Lisi se mantiene activa dentro de una manifestación que, por su complejo lugar en el mercado del arte, no goza a día de hoy de la mejor popularidad. Aun así, su actitud a contracorriente, al posicionarse con el videoarte como bandera y herramienta de comunicación visual, ya es de mérito para quien asume el riesgo como parte del camino hacia sus propias verdades e inquietudes.
La exposición monográfica que nos atañe en esta ocasión, E pur si muove, con una veintena de obras de la creadora, es un hecho que demuestra con creces, su ejercicio de desobediencia ante la ambigüedad de una estructura de mercado en decadencia, además de su apuesta por los valores socioculturales del Arte.
Sobre el compendio de obras que integran esta muestra antológica, resulta notable un singular modo de hacer, evidente en las técnicas de edición empleadas, la morfología, la conceptualización, y el proceso de creación, marcando un estilo diferente dentro del ámbito del audiovisual. El uso del collage, la abstracción, la superposición de imágenes fotográficas y hasta del propio error, le permiten hilvanar tramas que conducen a polémicas entorno al sujeto social, sus vivencias y contradicciones. Con un lenguaje experimental, fusiona la animación, el documental, la apropiación y la música; sin abandonar el humor, desde cierto tono de ironía, para apuntar hacia situaciones absurdas del comportamiento humano, o simplemente recrearse en lo anecdótico.
Se percibe en sus propuestas un reclamo al valor de la sencillez, esbozado en la sobredimensión que otorga a los detalles sutiles. Con el zoom puesto en el vuelo de los pájaros, los cristales rotos, las aguas en aparente mansedumbre, en joyas de rocío, en fragmentos de arcoíris, pasos y juegos de luces, termina dibujando un universo otro, desasociado de la vorágine consumista, donde lo micro se expone cual ritual de apertura, de conexión espiritual, de pausa.
Es consecuente en sus principios para llegar a tópicos sensibles que van de lo ecológico a lo sociopolítico, como puede ser la desigualdad y la exclusión, el feminismo y la violencia de género, el desbalance de riquezas, la emigración, el desarraigo, las guerras, o el uso caótico y desmedido de la imagen en la era digital. Aunque, es la identidad, una preocupación de peso que incluso trabaja de manera autorreferencial al situarse en el foco de atención: Lisi Prada, la mujer que observa, escucha y vuela, se explora desde el silencio, desde la revisión de tradiciones e ideologías que definen un estereotipo a seguir, desde el legado materno y la dolorosa danza de la ausencia, desde la distorsión de su imagen sobre los espejos, y el uso performático de su cuerpo alado en cortejos y fugas; o en aquellas obras de mayor acento poético, en las que se abstrae de lo corpóreo para mostrar la desnudez de su alma.
Ella deconstruye la memoria, cuestiona el engaño del tiempo, y por momentos se evade de su historia personal, del contexto abrumador. Persigue el encuentro con la poesía, como es el caso de la obra Haiku time. Son las 05:07:05 de la madrugada en la isla de Rawaki. Cuando en el otro hemisferio, a la misma hora, pero de la tarde, se paran los relojes y una mariposa acude a la cita. En escasos segundos de contacto, se mueve entre los dedos de la artista. Sin sexo definido, sin prisas, sin reglamentos ni nacionalidad; agita sus alas en una reacción instintiva y en pleno estado de libertad, ambas emprenden el vuelo.
Yaysis Ojeda Becerra
Crítica e investigadora de Arte
Madrid, octubre 2024
LISI PRADA: THE WOMAN WHO OBSERVES, LISTENS, AND FLIES
A red line delineates the boundary between surface and depth, signaling the necessity of learning to hold one’s breath. There is a risk of drowning in the visual delight, amidst those unconscious tides that emerge from the works of Lisi Prada (Villalibre de la Jurisdicción, León, 1956). It’s easy to fall into temptation, as the vertigo of movement lulls the retina into realms of abysses and allure. And in the pleasure of sensory delight, the observer yields to a shifting, ephemeral, uncontrollable image that distorts reality’s reflection until reaching its inner nature.
In the artist’s relentless search, water is a recurring element, one that, in her personal symbolism, allows her to journey from the sensory to a committed, lucid stance. Thus, in the works within Archivo líquido—a nod to Nam June Paik (Seoul, 1932 – Florida, 2006)—and Water Mirror, we immerse ourselves in nameless waters, collected across fifty cities in twenty-two countries and reconfigured into apolitical territories that sketch a new map, detached from religions, conflicts, and borders. Meanwhile, in ELECTRroniC WATER, with music by Hatori Yumi, a dystopian space is conjured, filled with light effects and a soundscape of abrupt tonal shifts. The bursts of vibration and the silence following a piercing beep introduce a rupture that disorients the viewer, sensitizing them to the fragility of this vital resource.
Thirsting for moments that transport her to new aesthetic experiences, Lisi remains active within an art form that, given its complex position in the art market, does not currently enjoy wide popularity. Nonetheless, her contrarian stance—embracing video art as both a banner and a tool for visual communication—is commendable, as she embraces risk as part of her journey toward personal truths and concerns.
The solo exhibition at hand, E pur si muove, featuring around twenty of the artist’s works, powerfully demonstrates her exercise in defiance of a declining market structure’s ambiguity, along with her commitment to art’s socio-cultural values.
Among the works comprising this retrospective exhibition, one notes a distinct creative approach, evident in the editing techniques, morphology, conceptualization, and creative process, marking a unique style within the audiovisual realm. Through collage, abstraction, the layering of photographic images, and even deliberate error, she weaves narratives that provoke discussions on the social subject, their experiences, and contradictions. With an experimental language, she combines animation, documentary, appropriation, and music; without abandoning humor, she employs a certain irony to highlight absurdities in human behavior or revel in the anecdotal.
Her proposals evoke a call for simplicity, emphasized in the magnified value she assigns to subtle details. Zooming in on birds in flight, shattered glass, seemingly calm waters, jewels of dew, rainbow fragments, footsteps, and plays of light, she constructs an alternate universe, detached from the consumerist frenzy, where the micro is displayed as a ritual of openness, spiritual connection, and pause.
She remains faithful to her principles, engaging with sensitive topics ranging from ecological to socio-political issues, including inequality and exclusion, feminism and gender violence, wealth disparity, migration, rootlessness, wars, or the chaotic and excessive use of imagery in the digital age. Yet, it is identity that stands as a central concern, one she even addresses self-referentially, positioning herself as the focal point: Lisi Prada, the woman who observes, listens, and flies, explores herself through silence, through a revisitation of traditions and ideologies that define a prescribed stereotype, through maternal legacy and the painful dance of absence, through the distortion of her image in mirrors, and the performative use of her winged body in displays of courtship and escape; or, in her more poetic works, abstracting herself from the corporeal to reveal the nakedness of her soul.
She deconstructs memory, questions the illusion of time, and at moments, distances herself from her personal history, from an overwhelming context. She pursues encounters with poetry, as seen in Haiku time. It is 05:07:05 AM on the island of Rawaki. In the opposite hemisphere, at the same time but in the afternoon, clocks pause and a butterfly arrives for a meeting. In fleeting seconds of contact, it moves among the artist’s fingers. Without defined sex, without haste, without rules or nationality; it flutters instinctively, and in a state of pure freedom, they both take flight.
Yaysis Ojeda Becerra
Art Critic and Researcher
Madrid, October 2024
LISI PRADA : LA FEMME QUI OBSERVE, ÉCOUTE ET S’ENVOL
Une ligne rouge marque la frontière entre la surface et la profondeur, mettant en garde sur la nécessité de savoir retenir son souffle. Il y a un risque de noyade dans la jouissance visuelle, dans ces marées de l’inconscient qui émergent des productions de Lisi Prada (Villalibre de la Jurisdicción, León, 1956). La tentation est grande, lorsque le vertige du mouvement endort la rétine dans des zones d’abîmes et de séductions. Et dans le plaisir des sens, l’observateur cède à une image changeante, éphémère, incontrôlable, qui déforme le reflet de la réalité jusqu’à atteindre sa nature intérieure.
Dans cette quête constante de l’artiste, l’eau est un élément récurrent qui, dans sa symbolique personnelle, lui permet de passer du sensoriel à une posture engagée et lucide. Ainsi, tant dans les pièces qui composent Archivo líquido, en hommage à Nam June Paik (Séoul, 1932 – Floride, 2006), que dans Water Mirror, nous sommes immergés dans des eaux sans noms, recueillies dans cinquante villes de vingt-deux pays et réinventées en territoires apolitiques, dessinant une nouvelle carte, dénuée de religions, de conflits et de frontières. Pendant ce temps, dans ELECTRroniC WATER, avec la musique de Hatori Yumi, un espace dystopique se crée, empli d’effets lumineux et d’une acoustique aux nuances brusques. Les vibrations en rafales et la suspension du son après un bip irritant introduisent une rupture qui étourdit le spectateur, le sensibilisant ainsi à la fragilité de cette ressource vitale.
Assoiffée d’instants qui l’emmènent vers de nouvelles expériences esthétiques, Lisi reste active dans une expression artistique qui, en raison de sa place complexe sur le marché de l’art, ne jouit pas aujourd’hui de la meilleure popularité. Pourtant, sa posture à contre-courant, en se positionnant avec le vidéo-art comme étendard et outil de communication visuelle, est déjà un mérite pour celle qui prend le risque comme une partie de son chemin vers ses propres vérités et préoccupations.
L’exposition monographique qui nous concerne aujourd’hui, E pur si muove, avec une vingtaine d’œuvres de la créatrice, est une démonstration éloquente de son exercice de désobéissance face à l’ambiguïté d’une structure de marché en déclin, en plus de son engagement envers les valeurs socioculturelles de l’art.
Parmi le recueil d’œuvres qui composent cette rétrospective, on note un mode de faire singulier, évident dans les techniques de montage employées, la morphologie, la conceptualisation et le processus de création, marquant un style distinct dans le domaine de l’audiovisuel. L’utilisation du collage, de l’abstraction, de la superposition d’images photographiques et même de l’erreur elle-même, lui permettent de tisser des récits qui engagent des débats autour du sujet social, de ses expériences et contradictions. Avec un langage expérimental, elle fusionne l’animation, le documentaire, l’appropriation et la musique ; sans renoncer à l’humour, avec une certaine ironie, pour souligner des situations absurdes du comportement humain ou simplement se délecter de l’anecdotique.
Ses propositions portent un appel à la valeur de la simplicité, esquissé dans la surdimension qu’elle accorde aux détails subtils. Avec le zoom fixé sur le vol des oiseaux, les éclats de verre, les eaux en apparente tranquillité, les perles de rosée, les fragments d’arc-en-ciel, les pas et les jeux de lumière, elle dessine un univers autre, détaché de la frénésie consumériste, où le micro se dévoile tel un rituel d’ouverture, de connexion spirituelle, de pause.
Elle reste fidèle à ses principes pour aborder des sujets sensibles allant de l’écologie au socio-politique, comme l’inégalité et l’exclusion, le féminisme et la violence de genre, le déséquilibre des richesses, l’émigration, le déracinement, les guerres, ou l’utilisation chaotique et excessive de l’image à l’ère numérique. Cependant, c’est l’identité qui constitue une préoccupation majeure, qu’elle traite même de manière autoréférentielle en se plaçant au centre de l’attention : Lisi Prada, la femme qui observe, écoute et s’envole, s’explore dans le silence, dans la révision des traditions et des idéologies qui définissent un stéréotype à suivre, dans l’héritage maternel et la danse douloureuse de l’absence, dans la distorsion de son image sur les miroirs, et l’utilisation performative de son corps ailé dans les parades et les fuites ; ou, dans ses œuvres plus poétiques, où elle s’abstrait du corporel pour révéler la nudité de son âme.
Elle déconstruit la mémoire, questionne l’illusion du temps, et par moments, s’évade de son histoire personnelle, du contexte accablant. Elle poursuit la rencontre avec la poésie, comme dans l’œuvre Haiku time. Il est 05:07:05 du matin sur l’île de Rawaki. Dans l’autre hémisphère, à la même heure mais l’après-midi, les horloges s’arrêtent et un papillon se présente au rendez-vous. En quelques secondes de contact, il se déplace entre les doigts de l’artiste. Sans sexe défini, sans hâte, sans règles ni nationalité ; il agite ses ailes dans une réaction instinctive et, dans un état de liberté absolue, toutes deux prennent leur envol.
Yaysis Ojeda Becerra
Critique et chercheuse en Art
Madrid, octobre 2024