Esta serie procede de la reflexión sobre el tiempo, sobre el devenir y su modo de entenderlo desde nuestra contingencia. Ha sido el modo sensible de expresar la “flecha” de los acontecimientos, el modo de concebir lo histórico y, por lo tanto, los recuerdos.
En la reflexión sobre el tiempo destaca el aspecto paradójico de la reflexión del “sentido común”, ya que, por una parte, nada hay tan obvio ni tan propio de dicho “sentido común” como el tiempo: todos hablamos de él y creemos medirlo, hacemos previsiones y, en la vida cotidiana, consideramos que está perfectamente delimitado el pasado, el presente y el futuro. Pero, por otra parte, nada hay tan complejo y contradictorio como intentar abordar su naturaleza, ya que al intentarlo nos sumimos en paradojas y perplejidades. Todo esto es lo que expresaba San Agustín cuando se preguntaba qué era el tiempo (quid est ergo tempus?) y respondía que, si nadie se lo preguntaba, lo sabía, pero si alguien se lo preguntaba, no lo sabía .
Si la filosofía contemporánea da una especial relevancia a la noción de tiempo y se presenta como un temporalismo, dicha noción aparece también como el núcleo de las teorías científicas que surgen a partir de la crisis de los modelos mecanicistas que habían imperado hasta finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Estas nuevas concepciones y teorías, surgidas en muchas ocasiones a partir de la reflexión cosmológica, son exponente de un nuevo paradigma científico emergente, en el cual, a diferencia de los modelos mecanicistas y deterministas clásicos -en los que el tiempo aparece sólo como una magnitud reversible-, las nociones de tiempo y de irreversibilidad juegan un importante papel, y a partir de las cuales se posibilita una nueva alianza entre las ciencias de la naturaleza y la filosofía. De esta manera, la pregunta por el tiempo aparece como nexo de unión entre la ciencia y la filosofía. Históricamente, tanto el enfoque científico como el filosófico acerca del tiempo se han caracterizado, en su conjunto, por abordar la pregunta desde una perspectiva no temporal, es decir, se ha pensado generalmente el tiempo sub specie aeternitatis, lo que supone que se lo ha pensado desde su propia negación, lo cual, por otra parte (debido a la conexión entre la cuestión del tiempo y la cuestión del ser), ha condicionado la ontología tradicional.
Previo al planteamiento reflexivo o teórico, el tiempo aparece en la experiencia individual, social y cultural, mediatizando, a través de dichas experiencias, la elaboración de una noción general de tiempo. De esta manera, la concepción del tiempo, así como los mitos que esta noción llevaba asociados, dominante en las sociedades cazadoras y nómadas, ha sido distinta de la elaborada en las sociedades agrícolas y sedentarias, las cuales, dependientes de la agricultura para su supervivencia, han tenido necesidad de una cronometría, de un calendario rector de sus actividades: el tiempo de la siembra y el tiempo de la recolección. Esta experiencia, junto con los ritos de renovación del poder, condujo a una conceptualización del tiempo que lo dividió (como lo destaca M. Eliade) en tiempo sagrado y tiempo profano.
“La flecha del tiempo” término creado inicialmente por Eddington para señalar el carácter direccional del tiempo. Esta dirección o flecha del tiempo muestra que los fenómenos suceden según un orden que va del pasado al futuro. Este carácter direccional del tiempo va unido a la concepción lineal de éste, y a su carácter unidimensional (diferencia de la tridimensionalidad espacial), que unido al espacio forma el continuo espacio-tiempo de 3+1 dimensiones. (La primera formulación de Eddington suponía la audaz posibilidad de una unidimensionalidad del tiempo solamente en las regiones más cercanas a nosotros del universo).
De hecho, históricamente la noción de una dirección irreversible del tiempo es relativamente reciente, ya que en la culturas antiguas predominaba una concepción circular del mismo, unida a la constatación del carácter cíclico de las mareas, los solsticios y las estaciones (como lo ha estudiado profusamente Mircea Eliade). La experiencia biográfica del crecimiento, envejecimiento y muerte se situaba en el marco de un tiempo cíclico, de manera que se consideraba la posibilidad de un retorno. Una de las formulaciones clásicas de esta concepción cíclica del tiempo es la noción de la ecpírosis de los estoicos. Pero la tradición judeo-cristiana, marcada por las tesis de una creación inicial y un fin de los tiempos o eschatón, juntamente con el carácter irreversible de la pasión, muerte y resurrección de Jesús (piénsese lo absurdo que resultaría para las tesis cristianas sostener que Dios muere repetidamente en un ciclo ininterrumpido de retornos), condujeron a sostener una concepción lineal y orientada del tiempo, que se concibe fluyendo desde el pasado hacia el futuro. Dicha concepción lineal está en la base de los conceptos de progreso y de evolución.
De hecho, históricamente la noción de una dirección irreversible del tiempo es relativamente reciente, ya que en la culturas antiguas predominaba una concepción circular del mismo, unida a la constatación del carácter cíclico de las mareas, los solsticios y las estaciones (como lo ha estudiado profusamente Mircea Eliade). La experiencia biográfica del crecimiento, envejecimiento y muerte se situaba en el marco de un tiempo cíclico, de manera que se consideraba la posibilidad de un retorno. Una de las formulaciones clásicas de esta concepción cíclica del tiempo es la noción de la ecpírosis de los estoicos. Pero la tradición judeo-cristiana, marcada por las tesis de una creación inicial y un fin de los tiempos o eschatón, juntamente con el carácter irreversible de la pasión, muerte y resurrección de Jesús (piénsese lo absurdo que resultaría para las tesis cristianas sostener que Dios muere repetidamente en un ciclo ininterrumpido de retornos), condujeron a sostener una concepción lineal y orientada del tiempo, que se concibe fluyendo desde el pasado hacia el futuro. Dicha concepción lineal está en la base de los conceptos de progreso y de evolución.
La conexión de la(s) flecha(s) del tiempo con el principio antrópico que sustentan algunos teóricos actuales de la cosmología (entre ellos el propio Stephen Hawking), hace pensar en formulaciones filosóficas clásicas, como la hipótesis de la evolución creadora de Bergson, aunque, por supuesto, sin la carga mística inherente al pensamiento de dicho autor.
¿Cómo expresar el devenir del tiempo?. Esta es la pregunta que me hice para traducir el sentimiento de irreversibilidad a la expresión pictórica. Lo he resuelto manchando el lienzo como una obra abstracta terminada y acto seguido volviendo a pintar sobre lo anteriormente realizado, con excepción de una ventana, que permite acceder a la fase o fases anteriores. Es como avanzar a ciegas pictóricamente hasta hallar la forma en la que la obra dicta su fin.